Apagándose el día,
con mis argumentos
a solas me quedo;
aspirando con fuerza
la fragancia
que la luna me ofrece.
De mi boca,
se escapa el suspiro
recordando esos ojos
que le aprisionaron.
En las luces,
vaga el alma inconsciente,
guiada por la voz
del viento cristalino,
nacido de un mar de plata.
Serenas, están mis manos
pues acarician
este momento ya sagrado...
En el que yo,
por primera vez,
soy ser querido.
Paulina Moya
©2012 Paulina Moya
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